miércoles, 13 de julio de 2011

Historia de la confesionalidad

por F. Javier Garisoain
El verdadero truco del liberalismo relativista actual es mucho más refinado. No niega que cada uno pueda confesar al Dios en quien crea. Lo que niega es la confesión colectiva


Es una historia bastante simple. Podría resumirse diciendo que en todas partes, en cualquier época, todas las comunidades humanas han preferido someterse a una divinidad trascendente antes que al matón de turno.

Entre otras cosas porque la divinidad trascendente es a menudo lo único que puede controlar, limitar y someter al chulo del barrio. Pero incluso cuando no hay matones sino reyes benéficos y buenos como los de los cuentos también entonces los hombres libres preferimos que el jefe esté lejos y muy ocupado. -Los inspectores y la grua, lejos, por favor-. Y nos gusta saber que el mandamás tendrá un día que comparecer ante un juicio supremo para recibir su premio o su castigo.

Todo esto tiene que ver con la idea de libertad; por eso los pueblos que mejor han mantenido el concepto de libertad son los que más han invocado la protección divina, y viceversa.

Son pueblos que han producido adagios como ese que dice: "Cada uno en su casa, y Dios en la de todos", y otros por el estilo. Por cierto, para que nos entendamos: a esa actitud de invocar colectivamente la protección divina es a lo que llamo confesionalidad.

¿Por qué tendrá tan mala prensa?

Pues bien, las cosas son así porque no podemos ser de otra forma. El hombre es un ser social, y la sociedad no funciona si no hay un "unum" que justifique el derecho a la rebelión contra el tirano. Los tiranos burros han dicho directamente que no existe "unum" y, naturalmente, han sido derribados de inmediato. Los tiranos listos en cambio se esfuerzan por convencer a todos de que ellos son el verdadero "unum" y por eso a veces consiguen grandes éxitos de ventas.

Los mártires que Nerón y compañía no podían soportar eran acusados de ateos porque discutían la confesionalidad imperial. Pero no es que negasen la confesionalidad, negaban la imperial.

Ellos sabían que un emperador loco y gordo que toca la lira no puede ser Dios y por eso iban cantando a los leones. Pero no negaban que la confesionalidad fuera un bien deseable. Fueron mártires, pero antes fueron confesores. Y gracias a su confesion y a su martirio consiguieron el milagro: que todo el imperio confesara públicamente, oficialmente, solemnemente que Dios es el señor y que todos, desde el emperador al mendigo, le deben obediencia.

El truco de los poderosos malvados era siempre el mismo: ponerse en lugar de Dios, hacer coincidir la divinidad con el poder político supremo. Un truco tan viejo y desgastado que parece mentira que nos sigan todavía engañando con él. Lo usaron los faraones egipcios y los emperadores romanos haciéndose pasar por divinos, y lo emplean ahora -en parte- las multinacionales inhumanas y los gobiernos cuando nos marcan el calendario, nos proponen mandamientos, envían sus misioneros, hacen colectas, imparten catequesis, (y hasta se rumorea que planean bautizar a nuestros hijos con preciosos nombres como: Pepsi García, Adidas González, Kodak Smith...). Pero el verdadero truco del liberalismo relativista actual es mucho más refinado. No niega que cada uno pueda confesar al Dios en quien crea. Lo que niega es la confesión colectiva.

Su religión pública consiste en no confesar ninguna religión pública. De esa manera es como se consigue un poder político y económico indiscutible, intocable, contra el que parece inmoral cualquier rebelión. Esta es la táctica del relativismo dominante; dicen que respetan la libertad religiosa, pero se olvidan que uno de los "derechos" fundamentales de los hombres religiosos es unirse a otros hombres religiosos para alabar públicamente a Dios. La aconfesionalidad es la más fanática de las confesionalidades porque hacen a todas las religiones el peor de los desprecios: no les hacen aprecio.

Una caracteristica de cualquier confesionalidad es que no admite mezclas. No es posible construir una comunidad humana sobre dos o más confesiones distintas. Logicamente, porque confesar al Dios verdadero es lo mismo que decir que los demás dioses son falsos. (Y no confesar a ninguno quiere decir que ninguno es digno de alabanza pública).

Eso no quiere decir que en determinadas situaciones la prudencia no pueda aconsejar la colaboración en pro del bien común de personas de confesiones distintas, por supuesto; todo sea con tal de no discutir.

Lo que pasa es que a una comunidad humana no le basta con no discutir.

Si esos hombres no son capaces de hacer cosas juntos vivirán en una comunidad estéril, decadente y acabarán disolviéndose como grupo.

Por eso opino que la multiconfesionalidad o pluriconfesionalidad entendida como el sistema que verdaderamente respeta la libertad religiosa, sólo puede surgir bajo la supremacía de una de ellas. Como cuando el rey del Toledo "de las tres religiones"era cristiano. O como cuando el Papa convoca a los pueblos del mundo a rezar juntos en Asis... bajo su presidencia y en su casa.

Así que puesto que es inevitable la supremacía de una confesión ¿por qué no hemos los católicos de proponer la nuestra?

En España todo o casi todo es confesionalmente católico, no es precisa ninguna revolución para conseguirlo, hay miles y miles de huellas frescas que atestiguan una confesionalidad de hecho: los nombres de la gente, el del político ateo que se llama Teófilo, o el de la abortista que se llama Concepción; los edificios y construcciones rematados con una cruz; los capellanes de las cárceles y los hospitales; los sagrados corazones de las fachadas; las ermitas de los montes; las capillas, iglesias y catedrales que atraen al turismo japonés; casi toda la toponimia pintoresca; los patronazgos en todas partes y para cualquier cosa, cada uno con su fiesta y su procesión correspondiente; el calendario entero con su santoral; los domingos del Señor; las canciones infantiles y el folklore en general; los archivos repletos de papeles cristianos, desde las glosas emilianenses hasta el último papelito; las hermandades profesionales; las cooperativas; las obras de caridad; las fundaciones educativas; los trajes regionales tan recatados; los museos, y un larguísimo etcétera.

Convenzámonos de una vez y convenzamos a los demás: la confesionalidad aconfesional actual es un mal que encubre una tiranía; la confesionalidad católica es un bien y además nos haría más libres.

No se puede imponer, ha de caer por su propio peso, de acuerdo, pero es un bien.

Si no recuperamos la confesionalidad católica seguiremos metidos de lleno en la trampa con la que los poderes multimedia harán lo que quieran con nosotros.

Si no volvemos a lo que nunca debimos olvidar seguiremos profesando esta especie de confesionalidad aconfesional que en nombre de su propio "unum" nos mandará a los leones el día menos pensado.

PUBLICADO EN ARBIL NUMERO 62